¿Qué harías si un día te dijeran que te queda un año para vivir?
Con esa frase inicié este blog hace ya un año. Es justo terminarlo así. Nadie me hizo esa pregunta, me la hice yo mismo.
Hoy es el 21/12/12 como podrán apreciar en el título, y hoy, se acaba el mundo. Aunque para mí se acabó ayer.
Tengo que hacer una confesión. Este blog no trata de lo que creen. Solo un par de personas saben de qué trata, y aún ellas, no tienen bien definido el asunto. Pongamos las cartas sobre la mesa entonces.
El año pasado, me encontraba en un punto muerto en mi existencia. Sin trabajo, planes definidos, confundido con un montón de posibilidades pero pocas opciones reales de hacia dónde me dirigía. El tiempo me avanzaba rápido, sin sentido, estaba fuera de ritmo, por más que intentaba adecuarme, lo que hacía era pretender.
Un buen día, me dije «hasta aquí».
Me di cuenta que podía asegurarme un futuro, tan solo tenía que dejarme llevar un poco, aceptar algunas cosas, dejar sueños atrás y doblegarme. Volverme un perro gordo, dejar la fantasía de ser un lobo flaco, aprovechar mis habilidades y listo, como cualquier cosa volverme uno más de la masa. Como decía un amigo a quien extraño «la casa de Infonavit, la mujer fea, el trabajo mediocre». Todo estaba a mi alcance, listo para ser tomado, tan solo tenía que dejar de elegir; saldría bien, la gente que me ama me hubiera felicitado.
No quise.
Caí en cuenta que las historias se repetían. Cada que veía a la gente que me importa se iba la plática en «¿te acuerdas cuando hacíamos ____?», «estuvo bien padre cuando ____», o, ante cualquier invitación a algo que valiera la pena «ijole, quisiera ir pero tengo que ____».
Me asuste.
¿Cómo era que tan joven viviera en un mundo tan viejo? La respuesta, es que me estaba haciendo viejo. No estaba envejeciendo, me estaba haciendo viejo. Una cosa tiene que ver con el tiempo, la otra con quedarse estático. Decidí que quería moverme. Pero me encontré, que no tenía a donde ir o piernas fuertes para hacerlo. Eso pasa cuando se dejan atrofiar las cosas. El asunto se tornaba desesperante. Tal pareciera que me hubiera agotado.
Comencé a hacer cambios en mi vida, deshacerme de las cosas que no ocupaba, cambiar de malos hábitos, amistades nuevas, aprender cosas nuevas, ejercicio y una actitud positiva; retomar las cosas que había ido dejando atrás, arreglando las cosas.
Pero era una trampa, estaba haciendo justo lo que más temía: poniéndome cómodo. Soy una persona que se maneja mucho mejor cuando hay caos.
Me gustaría decir «de súbito», pero no es cierto pues tomó años, fui dejando esa parte caótica, amarrándome a cosas sin sentido, sin valor, tan solo porque estaban ahí. Me volví indolente, conformista y llenándome del gris que acompaña al invariable descoloramiento de las cosas puestas al sol. Dejé de asumir retos, pasar las oportunidades, soñar en grande. Me preocupaba el que ya no estuviera a tiempo. Entonces decidí aventarme al toro por los cuernos, rápidamente arrollado por la realidad que me hizo a un lado con la velocidad de un ejército que no tiene tiempo más que de romperlo todo.
«Walk on home, boy». El asunto me pego duro.
Pero al menos fue un aviso. Estaba haciendo las cosas mal. Era tiempo de abandonar ese rumbo y armar un plan, porque hasta ese punto, seguía luchando con un estilo que estuvo de moda cuando era adolescente. El nuevo plan, aprender a cambiar las reglas del juego.
Soy una persona muy inteligente, así con esa modestia lo digo, pero que no siempre le hago caso a esa parte de mí. Me puse a pensar en lo que quiero para mi vida, dándome cuenta que no tenía las herramientas para ello; no porque no supiera cuales eran sino porque no las estaba practicando, me faltaba disciplina y una mentalidad elástica. Siempre he dicho que todo problema tiene más que una solución, así que me puse a poner en práctica ese mantra.
So, así que creé este blog.
¿No he sido claro? Lo lamento.
Este blog no es una libreta, tampoco un lugar para descargar frustraciones o esperar ser leído. Es una bitácora para un objetivo muy claro, el convertirme en quien siempre he querido ser.
Escritor.
Como excusa tomé El año del fin mundo, pues me daba un año para practicar. Elegí que fuera un blog para poder ir viendo que tal iba avanzado, recibir críticas al respecto y darme cuenta en qué estaba fallando. Pero eso solo es una parte. La otra era convertirme lo que siempre he pregonado como debe ser un hombre: que toma decisiones y vive con las consecuencias. Por tanto decidí durante ese año hacer todas las cosas que siempre he querido hacer.
¿Ya más claro? Muy bien. Eso es con lo que inicie. Ahora después de un año, ¿qué ha sucedido?
(suspiro)
Mucho. Muchísimo. Mucho más de lo que pude imaginar. Este año ha sido uno de los más difíciles, estresantes y complejos que he vivido. También, uno de los más satisfactorios.
He hecho y desecho muchas cosas, he tomado decisiones difíciles y he aprendido que el resultado es sensible a ser interpretado y modificable. He aprendido a dejar de manejarme con los absolutos con los que inicie. He tenido grandes experiencias, he cometido errores fuertes; entendí que tengo limites, también que otros limites que me había puesto no lo son; he superado miedos, he sido superado por otros; he lastimado y he sido lastimado; he encontrado seres maravillosos y perdido otros que me pesan mucho. He tenido muchos maestros nuevos.
Sobre todo, he aprendido, que es lo que no quiero.
Como podrán ver, faltan entradas en el blog. Llegue a la nada despreciable cantidad de 243 incluyendo este. Faltan 124.
Y está bien.
Hace un año, hubiera dicho que fracasé. Que no logré el objetivo, por tanto, volví a fallar. Ahora no pienso eso. Durante los últimos meses, decidí que había cosas más importantes por hacer que obsesionarme con el blog. Para los lectores que me siguen desde el principio, recordarán que era muy cerrado a que debía escribir una entrada cada día antes de las 12 de la noche sin excusa ni pretexto. Esto se volvió un tema central, hasta que me di cuenta que no estaba disfrutando lo que hacía. Con el tiempo, llegó la decadencia y el resurgimiento; el olvido y la certeza de continuar. Y también llegó algo mucho, mucho más importante.
Encontré a alguien.
Hacía tiempo que la había visto, me encantó desde el inicio. Pasó el tiempo y decidí que quería conocerla. Después de conocerla, decidí que quería estar con ella. Comencé a tomar decisiones arriesgadas, comprometerme con ellas y hacer las cosas para que sucediera. El camino no fue fácil, luchando contra demonios, espantando fantasmas, flaqueando.
Es con quien quería estar. Pero tenía un tiempo límite.
No me extrañó enterarme que se iba justo en estas fechas; después de todo, las cosas este año se han dado con mucha precisión. Cada camino se ha abierto con un recorrido, además de un costo. En este caso, fue enamorarme a sabiendas que se iría. Bien pude haberme negado, sabiendo lo que pesa el estar con alguien para luego perderlo, sobre todo con poco tiempo de conocerlo. ¿Cómo arriesgar el corazón si al final no se sabe, se va sufrir?
Pues sencillo. Haciéndolo.
Por esas mismas fechas comencé a tener un trabajo al cual me ha dado muchas oportunidades, además de exigirme cosas para las que me he preparado; nunca me ha pedido algo que no pueda hacer y a cambio, me ha dado la oportunidad de rascarme con mis propias uñas, arriesgarme aún más y aprender. Los últimos meses han sido una montaña rusa, en donde he ido aprendiendo a priorizar lo que más me importa, procurando perder el menor tiempo posible, pero no ha sido fácil siempre he tenido que luchar contra esa vocecita que me dice que no puede durar, que estoy falseando, que no estoy en el trabajo ideal, que no estoy escribiendo. Llegó el momento en que resultaba obvio que el escribir al ritmo que buscaba, resultaría en que no cumpliera con mi propio objetivo de ser quien quiero ser. Tratar de hacer todo contra reloj resultaba desgastante, ridículo y fue cuando aprendí una lección muy importante.
Si quieres algo, estate dispuesto a sacrificar.
Por otro lado, los últimos meses me han hecho muy feliz. Aun sabiendo que terminarían. Armamos un mundo, una historia y una vida juntos llena de momentos. Tratamos cada uno a su modo de sobrellevarnos, seguirnos y estar, existir. Lo que siento por ella es algo privado, no para este blog. El día de su partida, la acompañé hasta el último instante, dejando que mi imbuyera su persona. Cuando solté su mano y la perdí de vista, pensé por un instante en que momento me derrumbaría.
Pero no. Ese momento no llegó. En su lugar sentí alegría por haberla conocido. No hubo promesas, solo puede ver acciones.
El fin del mundo llegó. Y es solo eso.
Ahora que ha terminado, sigue todo un mundo nuevo, una existencia diferente, decisiones nuevas por tomar. Claro que tenía que terminar antes, claro que el fin llega cuando menos lo esperas; claro que se derrumban cosas, también que tanto estoy dispuesto a dejar que caigan. Siempre he dicho que El fin del mundo es personal. En mi caso, aprendí a compartirlo.
¿Qué harías si un día te dijeran que te queda un año para vivir? No lo sé. He puesto lo mejor de mí y he procurado dar mi mayor esfuerzo, no sé qué ocurriría en otras circunstancias, pero quiero pensar que lo puedo volver a hacer. Este año hice mucho, pero también generé muchos pendientes.
He visto a mis amigos caer, los he visto resurgir. Veo que comenzamos a escribir historias nuevas, veo que el futuro está mañana. «La cacería de mañana, es mañana», se lee en el Libro de las tierras vírgenes. Para mí hoy es un día de descanso, la tormenta ha pasado, ya terminó. Hay 124 escritos por hacer, hay pendientes que terminar, mucho que realizar; todos se harán, porque el tiempo es solo eso. Los sueños ya no se ven tan imposibles, tengo nuevos, he cumplido viejos. Me falta mucho, porque es un camino que no va acabar y eso me gusta. Por ahora, descansaré, saldré a la calle a disfrutar del final de los demás.
Les deseo el mejor Día del fin del mundo que puedan tener.
Nos vemos del otro lado.
«This is you and this is me, and we are on a boat».