Día 193.

Misma locación. Última parte de mi Magnus Opus como Los Anillos del Nibelungo de Wagner que creo nada más él entendió el porqué tan pinchemente larga. ¿Neta, cuatro operas? Bueno, con este me aviento 9 posts acerca de mi proyecto del verano. Uy, 4500 palabras. Creo que no es el tamaño, sino lo poco amable con el lector lo que hace a esta serie tan densa.

Terminemos.

Y cuando desperté, los diseños impresos inservibles de las cajitas del Arkham Horror seguían ahí. En este punto neta, ya quería llorar. Recalco, ya estaba impreso TODO.

Revisé paso a paso las mediciones que había hecho, ¿acaso se me había pasado agregar un milímetro por cada lado? las cartas no entraban de ninguna manera. Como los diseños vienen hechos ya tan solo para recortar, tratar de agregarles espacio haciendo los recortes más amplios resultaba estúpido, en primera porque no quedaban a la medida y en segunda porque era estúpido, así de simple. Ya había hecho pruebas, pero sabía que había decidido imprimir de un jalón porque ya estaba harto del asunto y quería terminarlo de una vez. Que es algo que también me pasa. Me desespero y ya quiero acabar el asunto en los desenlaces. Después de considerar seriamente agarrar una botella, ahogar el asunto en humos etílicos y tirar todo a la basura, revisé mentalmente una última vez cual fue el fallo. Eureka.

El procedimiento. Había cambiado el procedimiento en un punto, o mejor dicho, me había saltado un paso.

No estuve presente mientras se imprimieron.

Me levanté despacio, fui a imprimir una hoja de prueba, de los archivos y me di cuenta. Donde los mandé imprimir ajustaron todas las impresiones al tamaño de la hoja.

Puta madre.

Caigo en cuenta que el error no es mío, que fue tan solo una casilla activada a la hora de imprimir, y que ahora tengo que ir a reclamar al intercafé por un trabajo mal hecho. Un intercafé propiedad de un amigo que ha sido muuuuy paciente durante estos días y me ha dejado las impresiones de alta calidad a precios moderados. La disyuntiva es: reclamar por un trabajo que es casi un favor, o pagar más dinero en otro lugar donde el costo aumentaría al doble y que por cierto, ya no tengo más presupuesto… o darme por vencido.

Nuevamente, puta madre.

Tomo la primera opción. No la más elegante, pero la que necesito.

Hay fricciones en lo que explico lo sucedido, se mantienen las cosas civilizadas pero tensas. Al final acordamos repetir las impresiones sin costo, solo que con menor calidad y en el mismo papel, en la cara contraria. Es opalina, y tendría que comprar otras cincuenta hojas. Me parece un excelente arreglo.

Me parece una llamada de atención que me informa que ponga punto final al asunto. Me quedo mientras se imprimen, doy las gracias, regreso a mi casa esperando no haber erosionado la amistad demasiado y comienzo el trabajo en armar todo. Se ha alargado este proyecto como un chicle ya sin sabor. No importa cuánto tiempo me tome, no voy a dormir hasta que termine de armar todo.

10 horas de armado de cajitas de cartón después, me voy a la cama. Solo resta esperar a que sequen. Se ven muy bien.

24 horas después, ya que ha secado todo el pegamento, meto todas las cartas en su lugar. Armo una funda para los tableros con foamy y silicón para los mapas. Ensayo diferentes configuraciones de acomodo de todo, incluyendo un par de latas para piezas pequeñas, afino los últimos detalles y cierro la caja.

El proyecto ha terminado.

El costo total sigue en $495 pesos, menos de la mitad de lo que me hubiera costado por fuera, sin contar innumerables tazas de café, varias noches sin dormir y un estado emocional entumecido.

Pero está terminado.

Llevo la caja con orgullo a donde juego. La presumo al grupo, con diversas reacciones:

«Güey, no se sabe cuál cajita corresponde a qué».

«Se tarda uno más guardando todo».

«¿Por qué no simplemente te traías las cajas originales y listo?»

Oh, la humanidad. Sé que es la resistencia al cambio, aun así los mando a todos a chingar a su madre.

Supongo que Wagner tampoco tenía buen carácter.

«Ominoso y monolítico».

Día 192.

Un lugar algo desagradable para escribir. Desorden que no es mío, polvo, ruido excesivo, caos de cables y hasta un cadáver de serpiente a unos pocos metros.

Llegando a la octava parte de esta serie acerca de un tema por demás prosaico pero que es necesario terminar mientras aún hay tiempo para hacerlo: la mentada caja del Arkham Horror. He recibido críticas negativas acerca de que es un tema aburrido, que esperaban más y que es repetitivo. Me alegro, pues así ha sido mi experiencia con el proyecto. Compartan mi miseria.

Me quede en que pasé toda la noche haciendo diseños para las cajitas internas. Durante el trayecto de la madrugada perdí la noción de lo que hacía, pero en su mayoría el trabajo salió. Cerca de 50 diseños de copiar, editar, pegar, cambiar de tamaño y agregar a un software en línea que daba los patrones para recortar. Al despertar la mañana ya no está nublada; por si no lo había comentado, la lluvia es algo asqueroso cuando se manejan pinturas, papeles y pegamentos: detiene todo el trabajo y hace que cuando se ponen a secar las cosas, esto tarde el doble, provocando burbujas es la madera o que se deforme el papel. Con el buen clima, procedo a terminar de pintar la caja y barnizarla. Todo sale bien, planeo terminar para mañana. Mando a un local de cómputo de un amigo a imprimir todo. El chistecito me sale en otros 100 pesos, tomando en cuenta que también pongo yo el papel.

Por fin tengo la tarde libre. Hago un recuento de qué demonios estoy haciendo.

Con la cantidad de dinero que llevo gastado, creo que pude haber mandado hacer una caja semi-decente, evitarme buena parte de estos problemas y dedicarme a cosas más productivas. Entonces recuerdo que la verdad no se trata de la caja: se trata de terminar un proyecto que inició hace más de un año. Desde que me volví adicto al Arkham Horror, decidí que en algún punto cerraría el circulo al comprar todas las expansiones, todos los monitos, todo lo que hubiera, en ese momento construiría una caja para guardarlo todo y después…

La cerraría.

No sé, suele pasarme con los objetos materiales que una vez que los obtengo dejan de interesarme: el placer está en conseguirlos, no en la posesión en sí. Hay pocas cosas en este mundo que me molesten más que atarme a los objetos. Claro, estoy atado a algunos, pero procuro que no sean muchos, ¿saben? aún con los que me son necesarios procuro irles restando importancia, por ejemplo utilizo celulares desechables con la plena intención de que solo es para llamar y mandar mensajes. Si se pierde sentiré feo, pero no que mi mundo se derrumba por estar incomunicado, al contrario, creo que abre posibilidades de comunicación ilimitadas, como llamar por la estúpida línea terrestre o ir a visitar a la persona.

Digo, es como que la manera de acercarse a la gente, ¿no?

Bueno, mientras considero esto, paso a recoger las impresiones, me tomo la noche libre para descansar y aventarme al día siguiente todo el proceso de recortar y pegar. Hago un par de pruebas de las impresiones, solo para ver cómo va quedar el producto final. Ya todo se va a desprender en dedicarle unas ocho horas al asunto.

En la prueba, el horror. Las cartas no entran en las cajas. Las medidas están mal.

Tengo ganas de romper algo, para justificar la sobreoxigenación.

Van $495 pesos. Echados a la basura.

«Un montón de nada».

Día 191.

Escribiendo con mucho ruido periférico. Alguien está construyendo algo, escucho un rotomartillo y martillazos de los normales. Pongo algodón en mis oídos, cierro la puerta y se reduce lo suficiente.

Es lo interesante de crear algo, por mucho que se intente evitar, siempre se termina haciendo ruido.

Séptima parte.

Uno de mis problemas principales y que me prometí arreglar durante este año, es que suelo dejar las cosas inconclusas. Las causas no son importantes pero si las consecuencias. El dejar este proyecto a medias me genera muchísimo estrés no tanto por lo que es, sino por lo que representa. Despierto rápido, sigue siendo de tarde. Arranco de la caja las separaciones mal hechas que están pegadas solo con pegamento y voy a buscar otro carpintero. Pregunto, nadie está seguro donde hay alguno pero me recomiendan que vaya por el auditorio municipal. En cosa de unos minutos encuentro uno en una de las calles principales. Es un pequeño taller y al parecer no tiene mucho trabajo en este momento, pero estoy dispuesto a aceptar que puede tardar varios días en entregar el trabajo. Lo atiende un carpintero que no pasa de los veinticinco  Le muestro la caja, le explico lo que necesito y lo que no, le llevo unas cajitas de muestra y espero el veredicto. Pongo énfasis en que necesito que sean muy delgadas.

«Te cobro 30 pesos y te los tengo en 20 minutos».

No le creo.

Le pregunto de qué madera va a usar. Me la muestra, es una tipo de aglomerado muy comprimido, bonito y resistente de pocos milímetros de espesor. Le digo que está bien, pero que también necesito que me refuerce el fondo del cajón.

«Sí, no hay problema» Responde.

Y cumple. El trabajo le queda excelente.

En vez de ponerle un refuerzo, le pone clavos muy delgados a la caja en las orillas y en las nuevas separaciones, con lo que queda perfecta. Me dice que si requiero que le haga más separaciones se las traiga, pues entiende que es para un juego de mesa y llevan muchas piezas adicionales. No me cobra nada extra por los clavos.

Es mi héroe.

Voy a una papelería grande y compro cincuenta hojas de cartulina opalina, un nuevo lápiz adhesivo pequeño y un cutter más grande que el que tengo en casa. Si las cosas no funcionaban antes, hay que cambiar de estrategia. Regreso a casa de buen humor, busco una versión vieja del Photoshop para ya no utilizar la que está en línea esperando no me haga superlenta mi computadora. En su lugar encuentro en su lugar una versión ligera compatible con mi máquina.

Funciona de maravilla.

Aprovecho que las cosas están saliendo bien. Procuro no pensar que la parte pesada está a penas por iniciar. Paso literalmente toda la noche haciendo los diseños de las cajitas, probando configuraciones hasta que logro hacer un diseño que me gusta, pero más importante, un método para hacerlas en serie de manera consistente. Obvio que hay muchos errores, pero logro entrar en estado de flujo y al igual que con la manera que escribo, continuo haciéndolo de corrido, editando después. El arte siempre se encuentra en el borrar, no el armar. Todavía falta mucho, pero me ya me siento más humano.

Gastos anteriores: $145. Materiales nuevos y carpintero: $150.

Van $395 gastados.

«Jesús, tu cabeza brilla. Ya no hay que inhalar thinner».

Día 190.

Continúa la saga.

¿Qué computadora debería comprar? ¿Verdad que es es importante que le ponga un Pentiun chingomil+2, dos pantallas de cuarenta pulgadas y un disco duro de cuarenta petabytes?

Esas son más o menos las preguntas que me han hecho en mi papel de técnico de cómputo, a lo que suelo responder que compren lo que necesitan: una compu que abra el Facebook, YouTube y Office. Fin. Explico que una computadora de veinte mil pesos es para gente que necesita administrar cosas a nivel empresarial, como cargar la información de toda la empresa, programadores (no estudiantes, ni que fueran a compilar la información del sistema de drenaje nacional), editores de video (no un proyecto de cinco minutos, cosas chonchas) y por último diseñadores gráficos. Siguiendo mi propio consejo, mi laptop es sencilla, ligera y en general una máquina de escribir excelente, que fue como la compré, buscando que la pantalla y el teclado me fueran cómodos, lo cual ha sido todo un éxito.

Y ahora me encuentro conque ocupo editar imágenes y no se utilizar ningún programa.

Maldita sea.

Después de buscar un rato, encuentro varios programas gratuitos que prometen hacer lo mismo que el Photoshop (el cual no quiero instalar porque sé que va a quemar a mi pequeña maquinita), pero al instalarlos crean conflicto con mi equipo pues al parecer no les agrada. Bueno, pues que se vayan al reino. Encuentro una versión online de un clon de Photoshop que funciona muy bien… claro, mientras el internet este estable. Platico con varios amigos diseñadores gráficos (dios se los tenga en cuenta) que me explican con paciencia como hacer las cosas más básicas: reducir tamaños de imágenes, sobreponer unas con otras, ponerle el borde blanco soñado y convertirlo a un formato de impresión adecuado.

Soy bruto para aprender esas cosas. Me toma una buena parte de la mañana comprender que lo estoy haciendo mal.

Veo el cajón de madera mal construido, la pila de cajas de prueba desechadas, las horas gastadas. Llevo ya siete días y no hay nada tangible. Todo requiere rehacerse, de uno u otro modo lo que significa pagar dinero que no quiero (después de todo el chiste de este proyecto es economizar), invertir todavía más tiempo aprendiendo a manejar tanto el programa que genera las cajitas como el editor de imágenes. Cortar y armarlas tampoco es sencillo, tomando en cuenta que superan los treinta. Vuelvo a buscar en internet por planos, consejos, cualquier cosa que me aligere la carga de trabajo que estoy generando, pero solo encuentro soluciones a medias de poca utilidad. Le he mandado un correo al creador original del diseño que me gusta, para saber si me puede pasar los formatos con los que hizo las suyas con lo cual integrarlas pero sin resultado.

Paso la tarde acostado, pensando en el asunto. Estoy a punto de tirar la toalla y dejar por la paz el proyecto. ¿A quién va a importarle? a final de cuentas al único que le interesa es a mí y en este punto caigo en cuenta de todas las cosas que no sé hacer. Integrar una habilidad nueva es complicado, pero factible; hacerlo con varias me parece una labor dirigida hacía el fracaso, aunque esta sea en apariencia sencilla, como armar una cajón, el cual ahora me doy cuenta que requiere ser resistente, manejable, espacioso y exacto. Además lo quiero bonito. No hay espacio para muchos errores.

El costo en dinero en este punto no tiene sentido, bien puedo mejor comprar un organizador completo, pero andan rondando los $1200 y no guardan todo lo quiero. No me quiero imaginar lo que me costaría encargarlo a la medida… aunque se bien que me decepcionaría el resultado por no haber podido hacerlo yo. Sé que estoy obsesionado con este asunto y que me está afectando emocionalmente. Es algo que me pasa con proyectos personales, me pasa con este blog también, aunque de otra forma. Es una cuestión de control y orgullo infantil. Mejor me voy a dormir un rato.

Atorado en $145.

«Burned».

Día 189.

Ah, los recuerdos. Vienen a mí en tropel, asegurándome que no fue tan malo. Obvio, si lo fue, pero la memoria es magnánima y protectora. Va mi recuento del día.

Martes. Por la mañana voy con el carpintero. No ha terminado mi encargo, pero está bien, es lo normal en los artesanos.

Durante la noche anterior he hecho algunos diseños, dándome cuenta que el programa en línea guarda de una manera «extraña» cada imagen que se utiliza, obligándome a dar pasos innecesarios a mi gusto; al parecer está hecho con la intención de dar mayor seguridad para evitar caer en errores. Comienzo temprano a separar las barajas y las piezas. La mejor opción que encuentro es no solo separarlas por el juego base y las expansiones, sino agregarle de una vez las piezas que no pienso separar (¡ósea las que expanden las expansiones!) lo cual no resulta tan fácil como suena. Claro, es entretenido hacerlo en este momento y es algo que ya he hecho con anterioridad. Justo por eso lo hago, pues la parte más engorrosa del Arkham Horror es que después de cuatro o cinco horas de juego hay que volver a guardar todo ya con la cabeza abotagada, hambre y ganas de irse a dormir. El plan es que si integro las cosas de manera correcta de una sola vez, ese proceso se va a volver a optimizar  largo plazo.

Obvio cosa que no va a ocurrir fácilmente, los humanos en general somos criaturas de hábitos muy arraigados y nos cuesta el cambio. Si por nosotros fuera, seguiríamos en una caverna con fuego, una piel de oso y sin bañarnos como ocurrió durante miles de años. La única razón por la que se decidió salir de las cuevas es porque se meten los tigres dientes de sable.

En fin, el proceso de medición me toma la mayor parte del día. Fueron casi cinco horas del proceso, teniendo que hacer correcciones a medio camino, pues olvidé tener en cuenta el dejar un poco de espacio extra para que no fuera difícil meter y sacar las cartas. Es curioso como a esas escalas un milímetro puede convertirse en demasiado o muy poco, necesitando un punto medio… que por cierto, es ridículo tratar de utilizar. Ya con las mediciones terminadas, voy a recoger por fin la caja, esperando que ahora si la tengan, lo cual sucede. Éxito.

Fuck.

Las separaciones quedaron horrendas, parece que las hizo un niño de kinder. Fracaso. Son demasiado anchas, el aglomerado quita horrores de espacio necesario. Paso a meter las cosas de nuevo para ver si cabe todo, lo cual es un sí, pero no. Claro que caben, pero se van a maltratar horrores. De todos modos, pinto las separaciones para ver cómo quedarían, igual puedo encontrar una manera de arreglarlas… pero no.  No funcionan. Para este momento ya me encuentro muy cansado y el proyecto no ha avanzado nada. Lo único que tengo es un cajón demasiado chico para lo que necesito y un montón de mediciones que me hacer ver que vaciar la información no va a ser una labor fácil.

También acabo de entender que hacer los diseños de las cajas va a requerir un programa de edición de imágenes que no se utilizar para que no se vean tan mal. Al menos el gasto sigue igual.

$145.

«Trece octavos de perro café».

Día 188.

Los sueños son intensos, casi húmedos. Vuelvo a cerrar los ojos para evitar la contaminación de la vida real, pero no tiene caso, su rostro se ha deformado y las marcas en su piel no son las mismas. Mejor me pongo a escribir.

Checo las cajitas a ver como se han endurecido durante la noche. Me gustan, pero eso es algo que pronto va a cambiar.

Es lunes. Llevo el cajón de madera ya completamente azul con un carpintero. Me doy cuenta que los tres talleres cercanos que conozco han desaparecido. Hago memoria de la última vez que fui con alguno, dándome cuenta que tiene bastante que no he ocupado servicios de carpintería. Pierdo la mañana en la vida real. Cuando puedo pregunto en una tlapalería, con lo que consigo la dirección de un lugar a pocas cuadras de mi casa, en una zona que visito poco. Lo encuentro todavía abierto, a pesar de ser hora de comer, lo cual es magnífico. Es un taller bastante grande, se ve que tienen muchísimo trabajo, pero no hay problema, me van a cobrar $60 pesos por las separaciones, reforzar la base y ponerle una línea de madera que atraviese la tapa para evitar que con el tiempo se curve evitando que cierre bien. Explico cómo quiero cada cosa, llevo dos cajitas para que midan con cuidado las separaciones y no quede margen a errores: he calculado todo, me van a cobrar poco por lo que quiero.

Soy un genio.

La tarde la dedico a comprar una lata de barniz, para cuando tenga la caja. Estaba seguro que tenía, pero no es así, de haberlo sabido, hubiera esperado para pintarla toda y pedirle al carpintero que la barnizara. Ahora tengo que esperar a que la entregue, pintar las separaciones y aplicar el barniz. No importa. Todo marcha, aunque no sea a mi ritmo.

Reviso las cajitas de nuevo. Algunas quedaron como si tuvieran una costra opaca encima, además que la tinta se ha corrido un poco mezclándose con el Resistol, quedando la tinta flotando fragmentada. Le da un terminado sucio, se pierde toda la intención. Además, otras son demasiado grandes, caben todas las cartas pero se ven burdas. Quien hizo estos diseños no es profesional. El único que me gusta es de los primeros que imprimí: tienen poca tinta porque la impresión se hizo en calidad baja, cada lado tiene un borde blanco que le da elegancia al producto terminado, el diseño es simple y el Resistol ha quedado perfecto. Pregunto y me informan que el papel que se utilizó es cartulina opalina, pero ya no tienen más donde voy a imprimir. Debo llevar el mío.

En este punto tomo una decisión que me va a costar muy caro.

Decido que quiero que todo el proyecto lleve el mismo diseño con el borde blanco. Cuento con menos de una decena y ocupo otras tres decenas más. Como no existen dichos diseños, pues los tendré que hacer yo, después de todo, ¿qué tan difícil puede ser? es solo bajar imágenes, ponerles el borde blanco y utilizar un programa en línea que hace el diseño por su cuenta al darle las medidas de lo que se ocupa, agregar las imágenes editadas y voilá. Cajitas como por arte de magia.

Paso la noche averiguando como funciona, pregunto en un foro la mejor manera de saber cuánto espacio extra agregar al interior de las cajas. Hago pruebas, creo que no es tan fácil. Estoy cansado, hay nubes de tormenta en el horizonte. Si llueve, no va a secar bien ni el Resistol ni el barniz. Esto proyecto lleva ya cinco días y todavía no he comenzado el trabajo rudo.

Gastos hasta ahora: $85, más $60 al carpintero.

$145.00

«Carpintería El Mesías. De la cuna a la tumba».

Día 187.

Temporada de comer frutas todo el día. Hay para todos los gustos a precios de risa. A diferencia de otras regiones donde la fruta es carísima, donde nunca han probado un jugo de naranja recién hecho o un agua de melón, mucho menos de piña. Hay que aprovechar lo que hay en abundancia.

Siguiendo con la caja de Arkham Horror. Como podrán darse cuenta, estos escritos no son solo una bitácora o una relación de las vicisitudes en su construcción, sino que también llevan cosas que no vienen al caso. Siempre había querido hacer algo así.

Comenzando el fin de semana como tal, bien pronto me di cuenta que no podría encontrar algunas cosas que necesitaba. En primer lugar, decidí construirle unas separaciones al cajón en donde acomodar las cartas (al puro bananazo), al igual que reforzar el fondo con unas tiras de madera cruzada como soporte. Tomé un pedazo sobrante de madera que encontré ahí, procedí a medirlo, tomar una segueta y con decisión me puse cortar, seguro que quedaría perfecto.

Obvio, no fue así.

Quedaron mal cortados, no ofrecían el soporte necesario y desentonaban horrible con la caja en su conjunto. Como ya pasaba del mediodía del sábado, no me quedaba nada más que esperar al lunes para ir con un profesional esperando que no me cobrara demasiado por hacer las separaciones. Mientras tanto, decidí comprar tinta para madera. Buscaba algo morado, pero al no encontrarlo, opté por azul. Ya antes he trabajado con tinta: le da originalidad a las cosas, es económico y fácil de aplicar. Nunca he sabido porqué no lo manejan más en los muebles.

Como sea, pasé la tarde aplicando la tinta. Al terminar, decidí ir a imprimir algunos diseños que había encontrado, aunque todavía no estaba seguro de como traspasarlos a los diferentes tipos de papel que había comprado. Uno de ellos, en particular, es cartón corrugado, el cual a pesar de que no sirvió como el material adecuando para guardar cartas, resultó muy práctico para hacer pruebas, tan solo pegándole hojas impresas en papel bond. Además, tuve la suerte de que en donde fui a imprimir, contaban con unas pocas hojas de papel opalina grueso (que más tarde me enteraría se llama opalina cartulina) que soporta sin chistar la impresora del lugar. Ya contaba con diez diferentes diseños que bajé de otras personas que han hecho proyectos similares, pero no encontré ninguno tan extenso como el que estoy trabajando.

Llega la tarde-noche, que la dedico a cortar, armar y pegar, donde descubro que soy lento para ello pues llevo pasadas tres horas el asunto. Poco a poco me estoy dando cuenta que esto no va a ser algo que vaya a terminar en poco tiempo.

En algún lugar de mi mente, una vocecita comienza a decirme «es mucho trabajo, te va a salir caro, deberías de dejarlo de una vez, todavía estas a tiempo». Si algún personaje de Lovecraft hubiera escuchado esas palabras, es seguro que dudaría de sí mismo, cuestionaría el valor de dicha advertencia y de todos modos se sumergiría en los horrores por venir, pensando tonta y equivocadamente, que lograría salir indemne.

Al parecer soy un personaje de Lovecraft, pues en horizonte noto una suave desesperación.

Gastos hasta ahora: $30. Tinta azul, $35; 10 impresiones, $20.

Total, $85.00 y sin rumbo fijo.

«Será algo que he comido».

Día 186.

Continuando con la saga de la construcción de la caja (si, van a ser varios posts, no, no sé cuántos). Es de noche, hace frío y las lluvias no son divertidas. Espero que siga lloviendo, en realidad me encanta, pero no con frío.

Una parte importante de los hobbies, es hacerlos propios.

Conozco varias personas que me cuentan que no tienen ninguno, las cuales, suelen ser personas que no son muy interesantes para platicar. Recuerdo en particular una chica en la universidad que solo estudiaba, todo el día. Hacía todo lo que le pedían en la escuela y ante la pregunta de qué hacía en el tiempo libre, respondía con voz bajita «nada». Solo se encargaba de la limpieza de su casa, no salía con amigas, no tenía novio, a veces veía tele, pero solo los canales aéreos, pues vivía sola. No resultaba aburrida nomas porque nadie se enteraba de su existencia. Era un fantasma cuyo nombre ya no recuerdo.

El tener un hobby implica tener que aprender habilidades nuevas o perfeccionar las ya existentes. Cualquiera que coleccione música, aprende a encontrar nuevos ritmos, tonos, artistas que le gusten, aprende a ser crítico con lo que escucha y a no dejarse engatusar con música prefabricada; los practicantes de deportes como el tenis (digamos frontenis mejor) sabe que llega un punto en el que necesita hacer ejercicios diferentes para mejorar ese pequeño movimiento con la muñeca que casi nadie nota; quien quiera ponerse tatuajes, sabe que necesita observar diseños en revistas, en vivo y buscar alguien que entienda lo que se quiere dibujar en la piel.

El mantener un hobby necesita tarde a temprano socialización. Uno no se viste como rapero, se compra tenis Nike edición especial para raperos, escucha hip hop setentero con la intención de no estar con otros raperos. Nada más triste que mantener un estilo de vida que conlleva ser un nerd ermitaño al que nadie le interesa lo que hace.

Todo hobby conlleva gastar dinero. Desde coleccionar piedras, llega un punto en que hay que gastar para ir a nuevos lugares con nuevas piedras y en maneras de conservarlas. Podrá argumentase que esto no es un requisito, que se puede mantener un pasatiempo sin gastar dinero (que es el argumento de quien no practica uno en particular), conformándose con lo que se tiene, lo cual, a pesar de ser muy loable, zen y hasta practica de un buen cristiano, resulta insatisfactorio. No es necesario gastar cantidades exageradas, después de todo parte del asunto es el avanzar a un ritmo: no genera mucha satisfacción comprar una colección entera de libros si estos no van a ser leídos.

Por último, entra la especialización.

Ya que se ha pasado un cierto punto en que un hobby ha sido aprendido, se busca dominarlo en algún aspecto. Por ejemplo, un jugador de ajedrez llega al punto en que ha aprendido jugadas básicas, derrotado a sus oponentes locales, que es aquí donde le quedan dos caminos: seguir el camino del ajedrecista que estudia, genera nuevas jugadas y busca otros ajedrecistas experimentados para competir, o, decide que se encuentra confortable con haber aprendido el juego. Cualquiera de los dos caminos es válido a mi gusto, después de todo lo importante disfrutar lo que se hace. Cuando esto no sucede es cuando se convierte en trabajo, visto este bíblicamente de la manera que le fue impuesto a Adán.

Por mi parte (regresando a la caja de Arkham) en este punto, compré dos tipos de papel y un poco de foamy para comenzar a probar opciones. Todavía no estoy seguro en lo que me estoy metiendo, pero no hay manera de terminar en un fin de semana. Quizá tres días.

Gastos hasta este momento, $30.00 pesos.

«Anata no shumi wa nan desu ka?»

Día 185.

Entrándole a un café Caramel Machiatto con una torta de huevo con chiles en vinagre para merendar. Si eso no es comida fusión, no sé qué sea.

So, iniciando el verano, decidí que era tiempo de terminar algunos pendientes, como por ejemplo continuar el ritmo diario de este blog. Tengo varios proyectos que en los que he sido negligente, así que decidí dedicarle tiempo a cada uno, comenzando con el que consideré sería más sencillo, algo así como un fin de semana.

Como mis lectores regulares saben, tengo una adicción a un juego de mesa en particular llamado Arkham Horror. Lo que no todos saben, es que durante el último año y medio decidí coleccionar el juego entero, el cual viene dividido en nueve secciones: cinco grandes, cuatro pequeñas que en su total crean una masa de cajas poco practica para guardar, mucho menos para transportar; además que las cajas son bonitas, y han sufrido bastante maltrato entre viaje y viaje a donde se vaya a jugar en la ocasión en turno. Dado que conseguirlas en México implica gastar más del doble de su valor, he tenido que ir encargándolas poco a poco a amigos y conocidos que me las han estado trayendo de Estados Unidos, sobre todo las cajas grandes pues no se hacen envíos para acá.

Hace pocos días, me entregaron la última parte del juego, con lo que se completó la colección del tablero (que no de aditamentos que eso es tema para otra ocasión y posiblemente visita al psicólogo). Ante este evento, ya tenía la idea de hacer una caja grande para guardar todo. Es más, en Internet venden cajas especiales a la medida, pero el precio… digamos que raya en la ridiculez de un ornitorrinco con maquillaje de payaso. Desde diciembre había conseguido un par de cajas de vino patrocinado por la empresa Domeq (dios nos los guarde muchos años) de madera aglomerada, que me parecieron adecuadas para este proyecto a futuro. Dado que admito sin tapujos mi natural falta de habilidad en todo lo que requiere construcción, desde el bosquejo, medición, corte y demás etapas que involucran crear un objeto, fui buscando planos, opciones, ventajas y desventajas de materiales junto como buscar diseños diferentes entre otros aficionados.

Que puedo decir, me gusta hacer planes para todo, sobre todo de mis obsesiones.

Lo primero que hice fue sacar todas las piezas, hacer una primera medición, descubriendo que, a pesar de ser muchas, cabía la posibilidad de que cupieran en una sola caja, si encontraba la manera de acomodarlas adecuadamente. El segundo descubrimiento fue que, por que la mayoría de las piezas del juego son de papel, resultaba pésima idea solo hacer separaciones en la caja, pues tarde o temprano se maltratarían si dichas separaciones no quedaban perfectas. Necesitaba una de dos cosas: o que quedaran bien colocadas a la primera, o forrar la caja.

Ambas ideas pronto fueron desechadas.

Forrar la caja por dentro significaba sacrificar mucho espacio, pues, a pesar de que las cosas cabían, no daba mucho espacio para maniobrar. En dado caso de que quedara mal y tuviera que quitar el forro, la caja al ser de aglomerado sufriría bastantes daños. Aun contando dos cajones iguales, no estaba dispuesto a empezar con tonterías, pues mi presupuesto para el proyecto decidí mantenerlo bajo.

Hasta este punto el gasto se reducía a $0.00 pesos. Les sigo platicando en el siguiente post.

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«Nada como el optimismo inicial».

Día 184.

Hoy inicia el verano, a pesar que ya lleva cerca de una semana lloviendo intermitentemente. La temperatura ha bajado, los días son grises, melancólicos y sin embargo hay algo de perfección en todo ello.

¿Saben que más se celebra el día de hoy? Que este blog ya llegó a la mitad. Hay un déficit de escritos, lo sé, pero no son muchos y ya estoy trabajando en ello.

¿Saben que otras cosas se celebran? en primera que es casi la mitad del año; como si nada se fueron los primeros 6 meses del 2012. Espero que todo mundo siga cumpliendo con los propósitos que se hicieron a principios de año, como bajar de peso, hacer más ejercicio, viajar más, terminar proyectos y los etcéteras de siempre.

¿La otra cosa importante del día de hoy? Que si creen en ello, al mundo le quedan 6 meses de existencia.

Creo que es buen momento de hacer una leve recapitulación y explicación de este blog a seis meses de distancia.

Lo inicie partiendo de la pregunta, ¿qué pasaría si solo me quedara un año de vida? Al mismo tiempo que admitía que dicho cuestionamiento está viciado de entrada, pues no creo que el mundo se vaya a acabar. Por otro lado, el fin del mundo es algo personal, el apocalipsis no tiene sentido mas que en la medida que destruye el mundo en el que habita cada quien: nadie le teme al fin de todo, solo al fin de lo que conoce.

Bajo esas endebles premisas comencé a imaginar un resultado contradictorio.

Por un lado, el hacer las cosas que siempre he querido hacer, por el otro, darme cuenta que siempre he querido hacer libros, pero no le había dedicado la disciplina a practicar. No se puede hacer un libro de la nada de la misma manera que no se puede crear una pintura sin primero bocetar y practicar diversos materiales. Creé algunas reglas para este espacio, el principal, escribir diario; el secundario, evitar repetir temas que ya hubiera manejado en el pasado. Por último, elegí un par de temas para hacerlos recurrentes, en este caso, El fin del mundo y El proceso de la escritura, aunque de este último no me di cuenta que lo había elegido.

Eso fue a finales del año pasado, ahora, veamos que ha ocurrido.

Casi de inmediato me di cuenta que necesitaba más reglas. El largo de estos escritos siempre varía, aunque procuro hacerlo de 500 palabras por cuestiones de tiempo. Me di cuenta que ponerle un límite a las palabras es complicado pero necesario: lograr condensar las frases, darme cuenta cuando hay que explayarse y tener una cuota que cumplir acelera el proceso.

Al iniciar, me preocupaba mucho si tendría material suficiente para escribir 367 escritos (tuve problemas de matemáticas, demándenme), poco después me caí en cuenta que no era mucho problema porque siempre hay algo que contar… después entre más practica fui agarrando, vi que hay muchos temas que no me interesa meter porque me parecen demasiado obvios. En este momento me conflictúa un poco el rumbo futuro en cuanto a ese aspecto, pero no demasiado.

La velocidad de escritura que manejo ha mejorado mucho. Alguna vez cuando intenté estudiar guitarra, me dijo mi maestro que un virtuoso no es alguien de nacimiento, sino alguien que se dedica de lleno a su instrumento dejando todo lo demás de lado. No sé si sea cierto, aunque me parece una existencia que no me interesa llevar. Lo que sí, es que la practica constante es una maravilla, tomando en cuenta que lo que más he aprendido en estos meses es a equivocarme, que no siempre a corregir.

De estos errores, lo que he aprendido es lo siguiente:

De entrada quería lectores; escribir al aire resulta poético, muy estilo artista sufrido y fútil. Por lo que he preferido el lado terrenal y real de escribir, que son las críticas. Al principio fue difícil, pero, ahora tengo un círculo reducido pero fiel de lectores. El error, fue darle demasiada importancia. Durante un par de semanas me preocupaba lo que fueran a pensar de mi con las cosas que escribo, es algo que nunca va a desaparecer por completo, pero aprendí que es parte del proceso. No soy monedita de oro: si no quiero escribir de algo, pues no tengo por qué hacerlo, es estúpido intentar complacer a todos.

Aprendí que no soy tan bueno como pensaba. Tengo montones de errores de estilo, ortografía, fraseo, entre otras cosas que corregir. Vicios que no me he podido quitar. He estado jugando con estilos diferentes para ver que aprendo de ellos, desaprendiendo el que ya tengo y tomando demasiado café. También he aprendido que soy mejor de lo que creía. Siempre hay alguien que me ha dicho «escribes bien padre, deberías de hacer un libro» a lo que pensaba no estaba listo, que necesitaba más «calidad» en lo que hacía. Bueno, todavía no tengo dicha «calidad» pero si las herramientas para expandirme en otros aspectos.

Por último, aprendí que romper la disciplina es horrible. Llevaba un ritmo constante y sonante, lo rompí por un rato, harto de estar luchando contra la hoja en blanco. Afortunadamente ya me di cuenta que nunca ha sido mi enemiga. Como siempre, el enemigo vive encima de mis hombros.

So, ¿cómo va mi mitad del año del fin del mundo?

Cuando comencé estas líneas, hubiera dicho que lo estaba haciendo mal, que tengo demasiados pendientes, que no estoy haciendo lo que quiero y que he desperdiciado excelentes oportunidades. Ahora, después de ponerlo aquí, pienso lo contrario. Cierto, hay mucho que hacer, han pasado cosas inesperadas que no pude haber contemplado, el tiempo se ha ido rápido, los días son grises y el mundo aún no ha girado… pero, la verdad es que ya puedo escribir un libro.

Si convierto lo que llevo aquí en páginas para publicación en papel, dan 320, en 6 meses.

Claro que tienen muchos errores, claro que son solo hojas de práctica. No llevan una secuencia lógica aunque cuentan una historia, no están diseñadas para ese formato, aunque hay un secreto que me gusta mucho dentro de ellas.

Y es que hay 6 meses por venir.

«¿Cómo te va en tus planes, lector?»