Día 49.

Doy gracias a Dios por los antihistamínicos. Amén.

Nos quedamos ayer en…

Bomberito Juárez. Broma que le costó en su tiempo baneo televisivo al Loco Valdez, que no se diga que vetar a la gente por chistes es cosa nueva. Bueno, Juárez era un tipo cáeme bien, tanto que era presidente un día, otro no, se exiliaba un día, otro no, lo querían matar un día, otro también, tenia de enemigos a gringos, franceses, liberales, conservadores, a la iglesia, en fin, popular el muchacho. Eso sí, tenía buenos amigos, por ejemplo Guillermo Prieto quien sale con la frase «Los valientes no asesinan» (de la cual siempre he querido una camiseta) al tiempo que se ponía de escudo frente a soldados sublevados con órdenes de matar al presidente… y apenas empezaba su mandato.

¿Cómo alguien con un peinado tan perfecto pudo tener tantos enemigos? Pues aparte que tuvo tiempo para fomentarlos con casi 15 años intermitentes en el poder, fue el gobernante que vio al país, notó que había leyes que no funcionaban, corrupción por todos lados, intervenciones extranjeras rampantes y dijo «esta vez es personal» (a lo mejor con otras palabras). Juárez junto con sus huestes agarraron la constitución, que estaba basada en la surgida en la revolución francesa que simplemente no funcionaba en el nuevo mundo, promulgaron una nueva al estilo americano (ósea, como la gringa) en donde se dan libertad de prensa, libertad de expresión (que no son lo mismo), derechos civiles individuales, derecho a juntarse con quien se te dé la gana, libertad de pensamiento, derecho a portar armas (que después desaparecería, pero no nos adelantemos) y el más importante: quitarle poder la iglesia.

¿Por qué era tan importante?

Por mil cosas, pero principalmente porque la vida pública estaba basada en la iglesia, el pueblo era educado por esta, manejado por esta y explotado por esta. La mayoría del país era un estado feudal padrísimo, donde el clero controlaba las posesiones, que decir, que hacer y nadie quien se rebelara contra eso. Juárez lo hizo, que fue como meter un palo en un hormiguero. La guerra que se desató por todos los frentes estuvo a punto de destruir al país, de tantas maneras que mejor pónganse a leer un libro al respecto, excelente historia de amores y desamores por doquier, en donde la iglesia al final tuvo que ceder o correr el riesgo de ser exterminada, cosa que no crean que no se le ocurrió a gente con armas nuevas en las manos. Basta decir que el villano, al final, resultó ser el héroe, en este caso Maximiliano de Habsburgo al permitir que el país se autorregulara en vez de volver a ser una colonia, esta vez francesa, y que Juárez, que su heroísmo no era como el Spiderman, sino  Wolverine que no se iba por las ramas a la hora de sangrar gente; un mexicano rudo en tiempos rudos. Tanto Maximiliano como Juárez tienen sus historias muy oscuras, lo que hace que a la fecha los historiadores se las veas negras tratando de ponerlos en contexto.

De ahí entra Porfirio Diaz, quien también lleva al país adelante, todo bonito, bien hecho, al grado que en todo el mundo para principios de 1900, la moneda mexicana era como tener Euros hoy. Como supongo recuerdan de sus clases de la primaria, el defecto de Díaz es le gustaba mucho eso de la silla presidencial. Lo que nos lleva a la última gran modificación de la constitución, en 1917.

Pero ¿Por qué volverla a cambiar? ¿Qué no todo mundo debería estar contento? Pues porque México siempre ha sido México. No a todo mundo le toca.

Mañana, el final de esta megarecortada historia.

» It’s over, Anakin! I have the high ground!».