Día 60.

Escribo esto con anticipación porque calculo no tener nadita de tiempo mañana, de todos modos se va a publicar a las tres de la tarde como siempre ¿Por qué? porque es la hora en que murió nuestro señor Jesucristo, pero principalmente porque es la hora de comer y me da tiempo de treparlo al Facebook.

Cuando no se tienen ideas propias, lo mejor es recurrir al plagio. Cuando no se sabe de qué escribir, se recurre a las noticias del día.

Supongo que más de uno ha leído acerca de Sealtiel Alatriste que renunció a un premio literario tras acusaciones de plagio. Admito desconocer su obra, ni siquiera me interesa. Me enteré a partir de un par de columnas en el periódico escritas por Guillermo Sheridan a quien nunca leía, pero como lo atacaban por todos lados en defensa de Alatriste y su puesto en la UNAM como director de difusión cultural decidí darle una leída. Nada de eso me interesaba, pues es un mundo que me es ajeno… hasta que leí los nombres de Javier Zaid y Jesús Silva Herzog también acusando. Si cualquiera de los dos dice «aquí huele feo» es porque algo está podrido, sobre todo Zaid, que es como una maldita tumba para hablar de cualquier cosa: solo escribe poesía y deja que el mundo gire. Soy fan. So, ¿cuál fue el pecado de Alatriste? Robarse frases enteras, palabra por palabra de otros autores sin siquiera una pequeña variación, no darles crédito y lo peor, negarlo. Eso no es solo plagio, es ser bien pendejo. ¿A quién se le ocurre utilizar diálogos enteros de Henry James y esperar que nadie se dé cuenta? pues a un escritor galardonado al parecer.

Vamos, no soy un purista: diariamente utilizo en este blog recursos de otro lado, palabras de autores, Wikipedia, Google, pero tengo la certeza de que en primera, le doy crédito a las frases o las entrecomillo (como en las fotos que pongo al final, algunos de los pies de página provienen de canciones, fragmentos que alguna vez leí o asociación de ideas). Segunda, los recursos que utilizo, los tomo para dar contexto a los que escribo, como en la entrada anterior donde hay información histórica de diversas fuentes, pero no estoy haciendo un tratado al respecto. Tercero, no estoy inventando el hilo negro ni gano dinero al meter letras aquí, y sin embargo procuro seguir las reglas de caballerosidad en lo que se refiere a escribir. Sí, esas cosas existen. Alatriste en cambio, afirmó primero que el plagio no era cierto, después justificó que tomar frases de otros es darle vida nueva y por ultimo casi casi dijo «la neta sí, pero eso es algo que a ustedes les vienes valiendo verga» (esta última frase me la he plagiado de un amigo, pero le di una vuelta de tuerca).

¿Realmente es tan malo el plagio? Claro que no, casi todas las historias clásicas escritas son variaciones de historias anteriores. Desde Caperucita roja hasta Fausto, pasando por las obras completas de Shakespeare son historias griegas clásicas que seguro son aún todavía más antiguas, las cuales se van reacondicionando con el tiempo. Pero el secreto es que no se toma una historia literalmente, existe la teoría que solo hay un número determinado de historias posibles (si alguien me quiere decir cuántas son lo agradecería porque no encontré el dato) y que lo se cuenta son variaciones de estas. Del mismo modo, uno plagia de todo lo que observa; es un hecho que nadie imagina nada a partir de cero, cada ser mitológico, cada heroína, cada monstruo, cada escena, es el reflejo distorsionado de algo que ha vivido el autor, hasta es permitido tomar partes enteras de otro escritor, siempre y cuando se le dé el crédito. Alatriste no lo hizo, por lo que a mis ojos es un ladrón.

Una anécdota: hace algunos años participé en un curso de literatura impartido por un escritor local de renombre con quien nomás no logramos congeniar, al mismo tiempo que participé en un concurso local de cuento en él fungió como juez. Perdí el concurso, pero fui invitado a la lectura del cuento ganador, a la cual asistí con la novia en turno. Merecía ganar quien lo hizo, pues su lenguaje era preciso, gracioso y con una cascada de humor negro que acentuaba la historia. Pero tenía un defecto… era una historia que yo ya conocía. Se lo comenté a mi acompañante, quien me dijo que también la conocía, es más, ya sabíamos el final desde la mitad de la historia, pero la manera en que la contaba era buenísima.

En la siguiente clase, mi maestro me preguntó, que me había parecido el cuento ganador, muy orgulloso de ser él quien lo había encontrado. Le dije que me pareció una maravilla, pero que la historia era similar a un programa de tele que había visto de niño y un poco parecida a una película famosa. Lo dije sin malicia sin imaginar que las cosas se pondrían feas. El maestro se amoscó, exigió que demostrara «mis acusaciones», que llevara el libro donde lo había leído (a pesar que claramente dije que era un programa de televisión) y que le iban a quitar el premio al ganador, que por cierto era una cantidad fuertecita de dinero.

Me negué.

Es cierto que no era una historia original, pero no había plagio ahí. Había inspiración de otras historias, sí, había copia de la trama, sí, era predecible, sí, pero no era un plagio, no tomó el trabajo de alguien más y lo clamó como propio, sino que creó algo diferente a partir de algo existente. No regrese al curso, no quise ser el artífice del linchamiento de un escritor mejor que yo solo porque hirió el ego de un juez de poca monta. Creo que fue lo único que realmente aprendí de ese curso; por cierto que hasta donde sé no le quitaron el premio al ganador, calculo porque hubiera puesto en evidencia a los jueces que se las daban de muy duchos en literatura hispánica pero no reconocen clichés de televisión.

¿Qué define lo que es plagio y lo que no? la maestría de quien lo hace. Recordemos que robar es un arte, como bien me enseñó Fantomas, la amenaza elegante, personaje que también es una reinvención de una historia vieja.

«Con sus trece asistentes que se tiraba elegantemente».