Día 153.

Voy a una papelería enfrente de Ciudad Universitaria a sacar varios juegos de fotocopias. La empleada se refiere a mí como «maestro». Checho mi atuendo, efectivamente, no me he bañado hoy, no me he rasurado, traigo una camisa de manga corta y ojeras. Toda la facha de maestro universitario mal pagado. Alguien ayer me dijo «doctor». Como ya platiqué un limpia-parabrisas me dijo de una manera menos edificante.

Demasiados títulos en 24 horas.

Tengo un asunto pendiente.

Nacieron en chiqueros diferentes, sin embargo ambos cerditos tenían cuatro letras en sus nombres y la misma inicial, son tan iguales que es de esperarse que un día acabarán en el mismo cazo; pero antes de ello vivirían aventuras juntos, pero no la clase de aventuras en el lodo que acostumbran los demás cerditos, oh no.

Ellos eran especiales.

Se conocieron como es habitual que hagan los cerditos, haciendo oinc oinc mientras comían mazorcas, hasta que alguien los puso en el mismo lugar: un chiquero cualquiera donde revolcarse en su propia mugre y la ajena, lugar para soñar con lodos más densos, más sucios y olotes apestosos de podridos entre sus dentaduras amarillentas. Era cuestión de tiempo para que sus amistades porcinas mutuas coincidieran durante alguna de sus orgías, en la que ambos se encontraron como observadores mientras los demás disfrutaban sus orgasmos de treinta minutos, maravilla que tenían negada y que los fue amargando.

Nada tan triste que un cerdito infeliz. Solo les quedaba estar en la orilla, chillando bajito mientras miraban e imaginaban.

Ese era la diversión de estos puercos de cuatro letras: analizar lo que hacían los otros miembros de su especie. Se pasaban las horas mirando la naturaleza porcina, mientras cerditas les invitaban cerrar los ojitos rojos con ellas, con la frescura de la tierra mojada sobre sus lomos mezclado con el calor del sol. Pero no, ellos se deleitaban tan solo con intercambiar comentarios acerca de lo gordo de sus jamones, los pelos en sus hocicos, sus ubres flácidas y lo poco repugnante que les resultaban… y es que ellos querían algo todavía más repugnante. En su retorcida mente como su cola, creían que en la decadencia encontrarían la felicidad.

Estudiaron estaciones enteras el curso de la naturaleza, gruñendo de cuando en cuando, jactándose de su conocimiento en el estilo de vida porcino, llenando sus barrigas de cebada y caña de azúcar fermentada de la peor calidad que nadie más se atrevía a consumir, dando tumbos mientras mutuamente se atacaban con sus pequeños colmillos. Cansados de observar, decidieron experimentar entre ellos mismo las cosas más asquerosas que imaginaran, pero sus pequeños cerebros no daban para mucho, así que se la pasaban alimentándose de las heces que el otro le obsequiaba en un eterno círculo vicioso sin pies ni cabeza.

Desesperados por su patética existencia, sus gruñidos aumentaron de volumen, insultando al mismo viento y a cualquiera que se les acercara con sus oinc oinc, con la falsa seguridad de sentirse superiores al resto. Los demás cerditos tan solo los miraban un poco preocupados, esperando no se fueran a lastimar sus gargantas, pues nadie entendía lo que decían… además de que el granjero se podía enojar con tantos gritos de puerco. Uno de ellos se preciaba como gran conocedor (cinco veces más que los demás) del sonido de las pezuñas y los hocicos de cerdos de otras latitudes, con pieles de otros colores; mientras el otro presumía su capacidad para escoger las puerquitas más enfermas en busca de montarlas, aunque como era de esperarse, con poco o ningún éxito.

Un buen día el granjero, cansado de que no lo dejaran dormir, pero sabedor que la naturaleza no es buena con todos los cerditos, decidió que lo mejor era caparlos; mientras eso sucedía, chillaban con el mismo sonido de la primera letra de sus nombres. Ojala todas las historias tuvieran un final feliz, pero al menos después de eso dejaron de hacer tanto ruido.

Lástima que aprendieron a usar Facebook.

Como dije al principio, ambos cerditos terminarán en el mismo cazo, pero esa es otra historia, que a nadie le puede interesar.

«Tan guapos los dos».

Una respuesta a “Día 153.

  1. hmmm… nada por aquí, nada por allá? Se convertirá esto en publicación semanal? Sirve que no se me juntaron los post en mis días de ausencia y por cierto, simpática tu historia jajaja, uno de los cerditos me causa ternura.
    Hasta pronto, pronto!

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