Día 61.

Despertando en domingo con un déficit horas de sueño y con leve cruda de videojuego. Había olvidado lo que se siente. Es más, escribo temprano hoy no porque tenga mucho que hacer, al contrario, sino porque planeo tirarme a diversos vicios toda la tarde. Mientras tanto, a escuchar Tropikal Forever para el efecto mareador. Creo que un café estaría a la orden.

No he platicado el por qué el videojuego que estoy jugando estuvo maldito. Lo tengo desde hace año y medio, y hasta hace dos días estaba con su envoltura de su celofán con la etiqueta de precio intacta. Desde que lo compré consideré que ya no tengo la clase de tiempo necesaria, mucho menos la paciencia para aventarme un juego tan largo, pero quería tenerlo tan solo por la posesión. Con el tiempo, me di cuenta que no tiene caso tener algo si no se va a utilizar, como los trofeos, no es algo que me llame la atención mucho, así que decidí jugarlo. Esa idea me llego hace tres meses. Desde entonces, cada que decidía jugarlo, aunque solo fuera un par de horas, el tiempo se me complicaba con las actividades diarias o alguien me llamaba para invitarme a salir de fiesta, lo cual no es para nada desagradable, pero llegaba a grados ridículos de tenerlo en las manos y de repente recibir un mensaje en el celular con el clásico «Unas chelas o queso de puerco?». Esas son invitaciones que no se rechazan, pero ayer decidí romper el ciclo (el dramático), mandar a todos al diablo y revolcarme en mi crapulencia.

Fue extenuante.

No me había dado cuenta de lo estresado que me encuentro con respecto al tiempo, pues en vez de dejar que las horas pasaran tranquilamente aprendiendo a jugar, me la pasé con un diablo en la oreja diciéndome «Sí, esta divertido, pero te va a quitar tiempo para todo lo demás» o «Que buen juego, lástima que ya no estás en la preparatoria», la culpa de no estar haciendo lo que se supone debo hacer, aunque sea sábado por la noche. Claro, hoy ya no me importa la opinión de dicho diablo, logré avanzar lo suficiente para darme cuenta que es buen juego y lo mejor: es mío. Lo puedo jugar lo que se me antoje cuando se me antoje.

¿Qué cambio de ayer para hoy?

Nada, solo que recordé que las cosas que hago no son para joderme la existencia, al contrario, se trata de hacer bien las cosas para disfrutarlas. Conozco mucha gente que hace exactamente lo contrario, pecado que también cometo. Hice una pausa para comer antes de terminar este post y leí en el periódico un artículo convergente al respecto, que la generación actual se encuentra presionada para una perfección utópica dentro de sus propias vidas: estudiar lo que realmente quieres, conseguir el trabajo perfecto, mantener relaciones sentimentales perfectas, ser mejor que los demás, divertirse como nunca; lo que provoca una parálisis pues no hay manera de cumplir. Es más, es algo que cometo aquí, al presionarme de si lo que escribo es «trascendente», lo cual ciertamente le quita el gusto a la batalla contra la hoja en blanco (por ahí hay tema para otro post, mañana lo escribo), lo cual lleva a teclear compulsivamente, en vez de escribir de que por ser domingo puedo mandar al diablo nuevamente al mundo y disfrutar no uno, sino tres juegos.

El primero por cierto, termina aquí.

«Ah sí, este es, el muy maldito».

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